Discurso 51/2019
14 de junio de 2019
Buenos días a todas, todos y todes quienes nos acompañan el día de hoy. Bienvenidos a esta Comisión del Distrito Federal, que pronto, ya esperemos, ya podamos denominar ‘de la Ciudad de México’.
Para nosotros es un honor y es un privilegio, estar y contar en nuestras instalaciones con este Conversatorio, pretexto de la visita a México de Delia Giovanola de Califano, fundadora de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo, en Argentina; y la conmemoración del 50 aniversario de la primera desaparición forzada documentada en México, de la cual Nereida Avilés Jaimes ya nos dio cuenta.
Quiero agradecer, además de quienes están aquí, y me antecedieron en la palabra, a varias personas que están en el público: Huellas de la Memoria, Comité 68, FUNDEM Región Sureste, FUNDEM Región Centro, Familiares en Busca de María Herrera, Comisión Verdad y Justicia Zona Norte, FUNDEM Región Laguna, HIJOS-MX, FUNDEM Nos hacen falta, la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH), Infancia Común, Fundación para la Justicia, Comité Eureka… En especial, quiero decir que está aquí presente Mario Alvarado Cartagena López; gracias por estar aquí. Él es el primer sobreviviente de desaparición forzada en nuestro país.
Quiero agradecer verdaderamente que estemos aquí, teniendo oportunidad de escucharles y, muy especialmente a Guadalupe Pérez Rodríguez; algunos de ustedes quizá lo reconocen: Lupe es integrante de HIJOS, pero es honoríficamente integrante de esta Comisión, trabaja aquí con nosotros. Quizá muchos no conozcan su historia, pero aquí está él y a él debemos que seamos anfitriones de este Conversatorio, bastante irrelevante alrededor de las fechas, pero como ya lo han expresado quienes tomaron la palabra antes que yo, de un tema que es lacerante en este país y que parece a veces no tener ninguna salida.
Como es sabido, la dictadura militar que tomó el poder por golpe de Estado, en 1976, en Argentina, desapareció a alrededor de 30 mil personas de todas las edades y condiciones sociales. Centenares de bebés fueron secuestrados con sus padres, o nacieron durante el cautiverio de sus madres embarazadas.
Ante esta aberrante situación, las madres y abuelas de las víctimas comenzaron a reunirse periódicamente en La Plaza de Mayo para denunciar los crímenes sucedidos, exigir información sobre el paradero de sus familiares y, posteriormente, localizar y restituir a sus legítimas familias a todos los niños y las niñas desaparecidas por la dictadura.
Lamentablemente, la violencia del Estado para imponerse y reprimir los movimientos políticos disidentes en la década de los 60 y subsecuentes, fue un patrón que se replicó en más de un país de la región latinoamericana. Ahora conocemos esa estrategia como Terrorismo de Estado.
A mediados de la época de los 90, surgió en Argentina la organización H.I.J.O.S. Con el tiempo, la organización tuvo eco en otros países en los que residían personas exiliadas de la dictadura, y se extendió para incorporar a las y los hijos de personas víctimas de desaparición forzada en los países de la región, entre ellos México.
En México, el Terrorismo de Estado, desgraciadamente, persiste a la fecha. A los delitos de lesa humanidad documentados en México, van sumando cada vez más y se conocen como delitos continuados: no prescriben y se actualizan durante todo el tiempo en que no hay justicia.
Ante la grave omisión del Estado para investigar y sancionar los delitos de desaparición forzada, desde hace 50 años, las organizaciones han acumulado una experiencia invaluable en el tema. Lo han llevado a cabo, porque las personas no han tenido elección en ello: ¿qué se hace frente a la desaparición de nuestras parejas? ¿Qué no se hace ante la desaparición de nuestros hijos? La vida se detiene para todo y se acelera para encontrar a los nuestros, con las herramientas que sean.
Las familias, las madres en México, capturan la atención de los medios, de la sociedad, de una parte de las instituciones al salir con varillas para identificar fosas clandestinas. ¡Varillas! Saldrían a buscarles con las uñas.
El tiempo pasa, han transcurrido 50 años, y no sólo no se han atendido aquellos casos, se suman más y más. Ahora contamos con la herencia de las Abuelas, de HIJOS. Las instituciones deben incorporar esa experiencia acumulada, no pueden darse el lujo de no hacerlo.
Entre México y Argentina el intercambio de experiencias es claro. Lamentamos compartir el dolor de tener familiares desaparecidos, pero nos hermanamos a partir de ello. HIJOS México es hermano de HIJOS Argentina, las Abuelas son hermanas de las Madres en México; el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) ha sido el ejemplo del Equipo Mexicano de Antropología Forense. Estos son sólo ejemplos de la solidaridad entre ambas sociedades.
En Argentina se ha restituido la identidad de 130 nietas y nietos en los últimos 41 años, el más reciente, como nos comentaban, apenas estaban exactamente dando la conferencia de prensa el lunes pasado.
También se ha logrado la cancelación de las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida; el reconocimiento de responsabilidad del Estado argentino en los crímenes perpetrados; la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos; el enjuiciamiento de responsables en general, y los juicios por apropiación de menores; y la regresión de los procesos de justicia en los últimos gobiernos, que han posibilitado la liberación y prisión domiciliaria de responsables.
Mientras tanto, en México, la impunidad sistemática ha posibilitado la perpetración de desapariciones forzadas en los últimos 50 años, y la situación va en aumento; la falta de reconocimiento de responsabilidad del Estado mexicano en la perpetración de estos crímenes, ha sido una constante.
Se sabe que el Ejército ha sido responsable directo en 80% de las desapariciones de las décadas de 1970 y 1980; sin embargo, nada pasa. Es constante la simulación en las investigaciones. Persiste la falta de memoria en la sociedad y la criminalización de las víctimas y sus familiares.
Está frente a nosotros el reto de esclarecer el paradero de más de 40 mil personas desaparecidas en los últimos años: No hay verdad, no hay justicia. Tenemos que seguir avanzando, y parte de esto, ya lo comentaba es cómo compartimos la memoria, cómo compartimos el olvido.
Ya lo señalaba Rosalbina Zapata, todo lo que han tenido que padecer, hacer y caminar en Coahuila. Ana Valentina López nos refería la parte de la historia, que es una historia, que es una parte que comparte y vive. Yo, aquí quisiera decir, Valentina, tú hacías referencia a un libro; déjenme hacer referencia a dos: el primero tiene qué ver con cómo recuperas estas historias, en términos de cómo tejes el No Olvido, uno es Multitud Herrante, de Laura Restrepo, que señala exactamente el caminar de poblaciones enteras desplazadas que buscan.
Aquí una de las historias es la de un personaje que nunca sabemos cómo se llama, porque le dicen “El 7 por 3”, porque tiene un dedo más en el pie derecho, y entonces en lugar de tener 20 dedos, tiene 21: siete por tres, 21. Y él pasa la vida herrante buscando a su mamá, su mamá adoptiva. Y tiene las referencias, en términos de cargar con un trapito, una cobijita, de la cual nunca se separa y se deja oler.
En este libro hay una frase que toca las historias de muchos, y en especial, la historia de Nereida; dice: Cuando la guerra mine, ¿cuándo será ese cuándo? Ya pasó medio siglo, desde entonces, y todavía nada. La guerra no cesa, cambia de cara, nomás.
Lamentablemente los procesos, y esta situación, recorren nuestra América; y en esta misma medida que recorre nuestra América, el dolor debe reconocer y debe recorrer esta América en nuestra solidaridad, en nuestra empatía, en nuestro pensar que, no es que no nos va a suceder, sino que no nada más que sí puede sucedernos, sino que ‘lo que le sucede a otros’, nos sucede también a nosotros.
Y en esa medida, este tipo de espacios donde se cuentan historias, se recuentan y se comparten, abonan a la memoria, y abonar a la memoria, es abonar a la justicia y la verdad. En eso, los que estamos aquí, las , los, les, tenemos algo en común que debemos acrecentar y que debemos sumar, y es pensar que esto no nada más es nuestra lucha, por pensar que nos puede pasar, sino es nuestra lucha, porque nos pasa, aunque no sea desde lo sanguíneo; nos pasa en lo más importante, y es cómo nos construimos en colectividad, cómo nos construimos en nosotros: y cómo no es posible ser mejores y ser bueno, y ser éticamente ciudadanos, si no lo pensamos desde esta lógica.
Yo quiero agradecer a Artículo 19 que esté con nosotros compartiendo este espacio, igual a todas las que están aquí, a Lupe y a todos los que están aquí. Y déjenme compartirles algo que Delia no les compartió, que me parece fundamental para estar y continuar aquí.
Delia me compartió que cuando fueron a levantar, como decimos aquí, a su hijo y a su nuera, su nieta tenía tres años; entonces, ella tuvo que asumir desde el principio la maternidad, y que le contaba cuentos en la noche, semanas, meses posteriores a lo que había pasado. Y un día se volteó su nieta y le preguntó una noche ‘¿Por qué no lloraste, abuela, en la mañana?’. Porque lo que paraba es que ella le leía los cuentos, y no pasaba de llorar, en el momento en que le leía el cuento a la nieta, no paraba de llorar. Y que en ese momento dijo ‘No. Tengo a mi nieta aquí, y no voy a llorar más. Yo voy a luchar. Y además lo voy a hacer recobrando y recogiendo alegría de dónde sea; de entrada, de la sonrisa de mi nieta’. Y que eso, el buen humor, el poder sobreponernos a esto también, teniendo una mirada de humos, teniendo y recuperando felicidad en otras pequeñas cosas, incluyendo una gran cosa que es la lucha del día a día, permite seguir en la lucha.
Y permítanme terminar, tomando esta herencia tan importante de HIJOS: “Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
Muchísimas gracias.