Discurso 51/2020
27 de octubre de 2020
Muy buenos días. Saludo afectuoso y solidario a las Rastreadoras del Fuerte, a sus familias y a todas las personas que nos siguen en la presentación de este maravilloso libro Recetario para la memoria.
Mi reconocimiento al equipo de mujeres que trabajaron e integraron este esfuerzo y en especial a María De Vecchi, a Mirna Nereida y a Zahara Gómez, quienes me antecedieron en la palabra en esta presentación.
El Recetario para la memoria nos cuenta en cada página una historia íntima sobre cómo hogares y familias con personas desaparecidas viven uno de los rituales más antiguos y cotidianos de la humanidad: la alimentación. Entendida como esa estrecha relación entre cocinar y comer con otros, entraña un valor identitario, afectivo, simbólico y comunitario. Es un ritual que incluye la selección de un plato para la celebración.
Y tal como el libro nos lo recuerda, la alimentación es para las madres y familiares de personas desaparecidas la forma en que se evoca y narra el gusto que tienen sus tesoros por una comida en particular.
En palabras del antropólogo Steffan Igor Ayora, la alimentación en su significado más general es un ensamblaje de varios elementos. Primero, las habilidades de quien cocina con las que demuestra un saber hacer sobre cómo hacer comestibles los productos que preparan. Segundo, las prácticas alrededor del comer que construyen la idea de comunidad, de comensalidad, de hospitalidad.
Y finalmente una dimensión simbólica por medio de la cual se narra el proceso de cocinar, servir el plato y comer, que afirma a las personas como comensales de una mesa, como parte de algo.
La cocina articula varias dimensiones sobre el significado más profundo de la vida. Es un ritual lleno de rituales que condensan anécdotas e historias familiares.
Ya nos decía Mirna hace un ratito, cuando está en la cocina y está cocinando siente la presencia. La vive.
La trama compleja sobre cómo llega una receta a un hogar, cómo se transformó y personalizó de mano en mano y de comensal en comensal, cada plato esconde secretos, ésos que se cuentan al calor del fuego en la cocina, en la socialización de un encuentro familiar, en una celebración, en una fiesta o en el día a día.
Como explican algunos autores, los seres humanos somos la única especie en la tierra que habla, piensa, recuerda, celebra y conmemora alrededor de la comida.
Este rasgo característico de la relación del humano con la comida da al libro este rasgo de puente previsto al inicio del proyecto. El libro conecta y vincula más allá de las ollas y fogones de las madres rastreadoras que buscan a sus hijos e hijas, a sus tesoros. Con este acá, donde ya no logramos dimensionar el lado humano de las cifras de la desaparición.
El libro humaniza, da una identidad y una particularidad a quienes están desaparecidos. De ahí que la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México celebre que nos hayan invitado a este proyecto.
Este efecto se logra porque en la dupla cocinar-comer nos podemos identificar con ellas y ellos. Bryan, Miriam, Ernesto, Pablo, Waldo, Susi y todas y todos se sentaban a la mesa, saboreaban sus platillos favoritos, celebraban el plato del domingo y formaban parte de ese gran complejo ritual que encarna sentarse con la familia a comer.
El efecto puente del libro se logra y además porque podemos preparar cada plato y así saber a qué sabía la alegría de sus recetas favoritas.
Podemos saborear los camarones ahogados de Susi, que son una vertiente de aguachile, específicamente que se hace en Sinaloa, que su madre Érica Acosta preparaba.
Recetario para la memoria se hizo al lado del fogón de la misma forma en que se preparan las mejores comidas, añadiendo ingredientes y conversando, como se cocinan los mejores platos: al calor de un fuego que quiere provocar paladares y consentir a los seres amados.
Se hizo alrededor de una mesa llena de querencias. Una mesa llena de recuerdos de quienes han desaparecido.
Es un homenaje al detalle cotidiano que encarna el sabor de una tortilla hecha a mano, el olor de la birria cociéndose a fuego lento y la textura blanda del grano del maíz bien cocido: o por qué no, lo dulce de unas ricas kekis, ésas que le gustaban a José Manuel y que nos recrea Florencia Luna. Ésas que para los que no somos de Sinaloa básicamente son unos panqueques; o sea, unas como crepas que se rellenan y que tradicionalmente en Sinaloa se usan y se comen en la temporada de lluvias.
Como explica la antropóloga social Mabel Gracia Arnaiz, quienes comen en la misma mesa, los que toman el pan en común se convierten en compañeros, en parte de una comunidad única.
El Recetario para la memoria refleja ese valor de lo común que queda suspendido en la ausencia de alguien cuando desaparece.
Quiero cerrar invitándoles a que preparemos cada una de las recetas contenidas en el libro. Esas 27 recetas en donde también podemos encontrar las pizzadillas para Roberto, ésas que Mirna le hacía, híbrido de pizza y quesadilla y que podremos naturalmente saborear con ella y recordar.
Estas 27 recetas y este libro, como ya lo mencionaron al inicio, pueden descargarlo. Está ahí y también sirve para construir memoria.
Dediquemos eso, la cocina, dediquemos lo que nos comparten para celebrar y acompañar el coraje, la fortaleza y la vida de las Rastreadoras del Fuerte.
Trabajemos todos nuestros espacios para que todas ellas y ellos encuentren a sus tesoros, para que entendamos el lado humano que hay cuando hablamos sobre desapariciones, por el derecho a ser buscado.
Gracias por este recetario a la memoria.